domingo, 12 de febrero de 2023

Glotonerías legislativas IV


En el último artículo dejábamos definida a la “víctima” como el sujeto sacralizado cuya liberación justifica transformar la actividad política en guerra civil. 

Dado que la idea de guerra civil puede parecer desmesurada para ciudadanos acomodados en las delicias de la democracia liberal y las elecciones libres, intentemos demostrar que el “wokismo” no tiene otro fin. 

 

Resolver el problema nunca fue su problema

Situar a la “víctima” en el centro de la acción política (la ley de “sólo sí es si” recalca el “enfoque victimocéntrico” de la misma) supone atender a las consecuencias obviando las causas.  

Todos somos víctimas de las consecuencias (de un desengaño amoroso, de un fracaso profesional, de nuestra afición a las patatas fritas que nos proporciona la industria alimentaria…) pero lo esencial reside en evitar la reproducción de las consecuencias actuando sobre el motivo de las mismas.  

Precisamente por ello, la casta política se desentiende de la corrección de las causas por el riesgo de quedarse sin su nuevo sujeto revolucionario, sin la “víctima”.

Sólo así se entiende la rebaja de las penas, que ha supuesto una prueba tan flagrante de su nulo interés por prevenir y desincentivar los delitos, que han tenido que rectificar para que no se les vea tanto el plumero.          

Si se priorizan las consecuencias del delito (la víctima) en perjuicio de la neutralización del mismo, asumamos que el problema que alegan (el crimen) nunca fue su problema.   

 

La legislación como fábrica de "víctimas woke"

El objeto del presente análisis no son las víctimas que sufren violencia o lesiones físicas, sino sólo las “víctimas woke”, las únicas aptas para ser utilizadas en una estrategia de guerra civil. 

Así, las víctimas públicas de la inflación económica creada por la emisión monetaria del Estado, por ejemplo, no sirven.

Sólo merecen atención legislativa y administrativa las víctimas privadas a las que se les pueda asociar un culpable inmediato y objetivo al que previamente se le ha criminalizado. 

Es la “víctima woke” la que crea su autor mediante la construcción anticipada de un chivo expiatorio.

No es el culpable el que da lugar a la víctima después de una acción criminal contra ella, sino la “víctima woke” la que se autoconstituye mediante la estigmatización preventiva de un culpable.

Nadie en su sano juicio puede oponerse a condenar a un criminal que provoca daños a otro.

Sin embargo, es el propio sistema judicial basado en la presunción de inocencia, quien no puede condenar de forma automática a los señalados “a priori” como culpables por el sistema de fabricación de “víctimas woke”.

Por este riesgo judicial, las “víctimas woke” no necesitan acreditar el hecho material del delito para ser reconocidas como tales. Les basta con el ejercicio de una acción meramente formal: denunciar.  

El “wokismo” utiliza la parte de la jurisdicción que le interesa. La fase inicial, la denuncia, sí. La intermedia y la de terminación donde se verifica si el delito ha quedado probado, les resulta irrelevante.

La diferencia entre el elemento formal (denuncia) y el material (prueba) resulta clave para determinar los dos tipos de víctimas: las víctimas y las “víctimas woke”.

Los promotores de la ley de "sólo sí es sí" no tienen recato en confirmar que hay dos modelos penales en este tipo de delitos: el suyo, al que basta la denuncia (derecho penal de autor) y el que exige la prueba del delito (derecho penal garantista). 

Pues bien, si has fabricado una víctima a tu medida y has identificado al autor, ¿acaso vas a renunciar a la aniquilación de tu enemigo cuando incluso haces caso omiso al Poder Judicial que, al aplicar los principios generales del derecho, determina en un procedimiento contradictorio quiénes son víctimas y quiénes no?  

 

Una guerra civil con infinitos frentes y un único vencedor

Garantizada la adquisición de la categoría “víctima woke” por el mero ejercicio de la denuncia, sólo faltaba el incentivo de la concesión de derechos económicos, laborales, asistenciales… para asegurar el aumento exponencial del clientelismo vinculado a los delitos sexuales.

Pues bien, si no es para ser empleada por la oligarquía política en un programa de guerra civil, ¿cuál es el objetivo que se fija para esta multitud que crece y crece? 

A este respecto, no creo que sea necesario extenderme para detallar la capacidad destructiva del concepto "víctima woke" para el orden social. 

Si para la lucha de clases el enemigo del proletariado era siempre el minoritario patrón que explotaba a una generalidad de trabajadores, quedando fuera del combate el ámbito familiar; ahora cada víctima tiene adjudicado  su culpable y está dentro de cada casa, familia o pareja.

Tenemos a la vista una guerra atómica, no por su vínculo con la energía nuclear, sino por el hecho de que el escenario de la misma transcurre en cada una de las unidades más pequeñas de la vida en común con la finalidad de arruinarlas.    

Si la lucha de clases afectaba sólo a las relaciones de producción, la “victimocracia” (término que debo al profesor Domingo González) entra de lleno en las relaciones personales, en los sentimientos (no por casualidad la ley de “sólo sí es sí” pone el acento en el con-sentimiento”) acabando con el libérrimo orden familiar o interpersonal para sustituirlo por una reglamentación disciplinaria ordenada por el declarado enemigo del cincuenta por ciento de la ciudadanía.

Se trata de una guerra civil a mayor gloria del Estado y de la oligarquía que lo usufructúa en su beneficio, pues es obvio que las “víctimas woke” son creadas por una nueva clase dominante a las que fideliza mediante la concesión de privilegios, y que se otorga a sí misma el derecho a criminalizar a la mitad de la población por el simple procedimiento de hacerles cargar con la pena de la presunción de culpabilidad, liquidando así un principio indispensable de cualquier civilización: el de igualdad ante la ley.

Utilizando el título de una famosa película, nos encontramos con “La guerra de los Rose” elevada a la enésima potencia, cuya fuerza de aniquilación podemos intuir analizando los resultados guerracivilistas de la aplicación de la Ley 1/2004, contra la Violencia de Género.  

 ¿Lo ven ahora?


twitter: @elunicparaiso



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