domingo, 22 de octubre de 2017

Partisanismo de Estado.


Habiendo proclamado por lo bajines el "honorable", o no, la declaración unilateral de independencia (DUI), y solicitado el Gobierno al Senado que apruebe la destitución de todo el Consejo de Gobierno catalán en aplicación del artículo 155 de la Constitución, lo esencial no ha cambiado: ¿cómo hacer que hasta el último ciudadano observe la ley?

El problema nunca reside en la promulgación de las normas, sino en la voluntad de cumplirlas por parte de los que están obligados a respetarlas.

En Cataluña su Parlament realizó en septiembre de 2012 una declaración de hostilidad a España y sus leyes que puso en evidencia su intención sediciosa. 

Lo importante no es la declaración de independencia, sino la declaración de hostilidad, puesto que con DUI o sin ella, hay unos dirigentes locales que acaudillan a una masa que se niega a respetar las leyes españolas.

Por tanto, proclamando el 155 o no haciéndolo, la cuestión sigue siendo cómo lograr que esas normas se apliquen al que se ha declarado en rebeldía.

Ahora bien, el dilema de cómo ejecutar las leyes se ha trasladado desde el 1 de octubre del presente al tejado "indepe", pues tres semanas después del plebiscito fallido que dicen que ganaron, la posibilidad de que implanten sus llamadas "leyes de desconexión" es pura quimera ante la negativa del Estado a consentirlo.

Referendo ganado, autonomía perdida, sería el resumen de los logros "indepes". La paradoja, siempre atenta a la verdad.


¿Acaso somos videntes? Por supuesto que no.

Pero era sencillo deducir que los sediciosos no podrían pasar del "partisanismo" (cortocircuitar la acción del Gobierno central en beneficio propio parasitando los recursos públicos) al Estado catalán.

La labor de destrucción o de zapa que han llevado a cabo desde los años 80 del siglo pasado fue sencilla. Cualquier inepto es capaz de demoler en pocas horas lo que costó hacer cientos de años. Sólo hay que ver lo que tardan los terroristas de Daesh en destruir preciados monumentos forjados durante siglos. Con éste ejemplo es fácil comprender lo que en más de treinta años han liquidado los "indepes". 

Pero construir...    

Los independentistas catalanes no pueden pasar de la irregularidad a la legalidad de su anhelado Estado porque ni pueden ni saben.

Ni tienen medios (dinero, sistema judicial, fuerza) ni conocen cómo alcanzarlos.

Para el Gobierno es enormemente sencillo neutralizarles, pues le basta con boicotear cualquier iniciativa que acometan.

Es suficiente con hacer lo que los "indepes" llevan realizando hace décadas: poner palos en las ruedas, dificultar su normal funcionamiento.

En realidad es lo único que ha hecho el Estado desde hace unas semanas con tanta eficacia, esto es, facilitar salida de empresas, frenar la llegada de dinero, mandar policías y guardias civiles a Cataluña...

El éxito se debe, sin duda, a que son acciones fácil de ejecutar al consistir en mera obstrucción.

"Partisanismo de Estado", hay que llamarlo.

Pero tienen al pueblo -me dirán ustedes-.

El pueblo "indepe" quizás sea virtuoso, no es este el momento de discutirlo.
Pero lo que no conseguirá la multitud, por millonaria que sea, es dotar de virtud a Puigdemont o Junqueras. Ni tampoco crear una Hacienda propia o imponer sus leyes a quienes no quieran cumplirlas. La multitud "indepe" es tan impotente como Puigdemont destituido.

Poco más hay que decir de la ruina de la Generalitat golpista.

Ahora bien, el problema sigue siendo cómo imponer la ley española.

Para volver por enésima vez a la cuestión tenemos que traer otra paradoja.

Gracias a que los "indepes" han renunciado en un acto suicida a las inmunidades, a las gracias y exenciones que todos los Gobiernos españoles otorgaron durante décadas a la Generalitat para que hiciera con la Constitución lo que le pluguiese, ahora el Estado no tendrá más remedio que hacer cumplir escrupulosamente la ley española simplemente para que no se imponga la de los "indepes".

Sólo imponiendo las suyas el Estado puede evitar que se apliquen las "leyes de desconexión". De ahí el 155 y lo que vendrá. 

En pocas palabras, lo que jamás se hubiera logrado mediante el acuerdo entre los partidos mayoritarios, es decir, que la ley impere en todos los territorios de España, lo logra Puigdemont.

Lo que es imposible alcanzar mediante el compromiso político entre PP y PSOE lo consigue el enemigo.

Sólo desde este punto de vista cabe entender las palabras de la vicepresidenta del Gobierno cuando manifestó que "nadie ha tenido tan fácil evitar que se aplique la Constitución", refiriéndose al ex Presidente de la Generalitat. 

Es el veneno convertido en fármaco, que dejó escrito el ilustre Carlo Gambescia en su "Liberalismo triste" (Ed. Encuentro, 2015). 

Por último, conviene recordar que el hostil nos enerva, pero también agudiza nuestra potencia.

Es esta inevitable fortaleza ("a la fuerza ahorcan") la que dio pie a la reforma del Tribunal Constitucional de 2015 a raíz del plebiscito por la independencia de Cataluña el 9 de noviembre de 2014, que garantiza que las leyes en toda España se cumplan sin necesidad de encarcelar o emplear la violencia física contra los rebeldes, por más que éstos sean miles o decenas de miles.

La ley española, con 155 o sin 155, se hará cumplir a los sediciosos porque el Estado, además de disponer de todos los medios de los que los "indepes" carecen, cuenta con el defensor de la Constitución: un Tribunal Constitucional con potestad para imponer sus propias resoluciones.

Lo único que cabría añadir es que los medios de comunicación deberían informar a los ciudadanos catalanes en general, y a los funcionarios en particular, que no crean las bravuconadas de los políticos destituidos, los cuales jamás pensaron que alguna dificultad se interpondría en su camino por la pedestre razón de que nunca edificaron nada.    

La multitud podrá salir a la calle, pero cuando los rebeldes reciban en sus domicilios las notificaciones de multas e inhabilitaciones se encontrarán solos frente al Estado que se encargará de forma minuciosa de arruinarles.

Sin prisión, sin violencia.

Bastará un expediente para cada uno.

Es la biopolítica que ya nos contaron Agamben y Foucault y que de forma masiva tendremos la oportunidad de contemplar a partir del próximo viernes.

Lejos de lo que piensa el incapaz Pablo Iglesias sobre el fin del sistema político de la Transición, Puigdemont y su "gent" han concedido al que parecía moribundo régimen la tabla de salvación. 

Ese será el triunfo histórico del registrador Rajoy.


Nota para "indepes" nostálgicos: 

Cataluña ya no será Gibraltar.
La roca pirata vive bajo la protección del Reino Unido, pero lo cierto, el secreto bien guardado del Peñón no es otro que los "llanitos" hacen lo que les da la gana.
Unas pocas semanas conviviendo con ellos podrá convencer al que dude de lo que digo. 
¿Dónde reside el enigma de su libertad? 
Simplemente, que no se oponen a las leyes de Su Majestad. Les alcanza con ignorarlas. 
Es la diferencia entre imponer tus normas y no cumplir las de otro que te ampara.
Esa es la diferencia que hay entre Cataluña y Gibraltar. 
Sí. Cataluña fue Gibraltar durante algún tiempo. 
Ahora sólo les quedará el consuelo de formar parte de los restos de la España Imperial.  
Puigdemont, luego de salir de la cárcel, debiera ser distinguido con la Orden de Isabel la Católica, en grado de Medalla de Hojalata.

domingo, 8 de octubre de 2017

Cat "indepe": un caso de suicidio asistido


Algunos lectores me preguntan si el problema catalán es un ejemplo de uno de los supuestos de la teoría de la acción colectiva: el "juego del gallina", hasta hace bien poco el pariente pobre de la familia ("nadie ha utilizado el "juego del gallina" para analizar una situación política" -me dijo hace años el profesor Miguel Anxo Bastos-, gran conocedor de la teoría de juegos).

Pues bien, es evidente que sí.

Y para justificar mi afirmación es inevitable que cite alguno de los artículos de este blog, dedicado al análisis de las que considero las dos claves con las que interpretar la política contemporánea: el Estado Caníbal y el "juego del gallina". *

En un artículo de abril de 2012 caracterice la política de las entidades regionales en su trato con el Gobierno central como una partida ininterrumpida del diabólico juego.
En pocas palabras, se trata una carrera entre dos vehículos donde la meta es un acantilado, en la que el ganador es quien se detiene más tarde y el perdedor el que primero se retire.
En el "juego del gallina" los actores parten de la premisa de que no tienen miedo al abismo. Es más, prefieren morir cayendo al barranco antes que ser derrotados, pues se considera más honroso perder la vida en la defensa de los objetivos que salvarla a costa de traicionarlos.
El que decide participar en este juego siempre gana: lo hace cuando logra lo que pretendía; pero también gana cuando pierde, pues cree morir como un héroe.  

En el referido post de 2012 pronosticaba lo inevitable, esto es, que llegaría un momento en que una Comunidad Autónoma plantearía la independencia sí o sí (secesión o muerte).

El actual órdago "indepe" es la partida definitiva del "juego del gallina" que vienen practicando los nacionalistas periféricos desde hace décadas.

Ahora bien, hace cinco años expuse que el Gobierno sólo tendría la opción de impedir el juego o permitir su continuación, con el riesgo en éste último caso de que todo acabe en el despeñadero.  

Sin embargo, he de decir que el Gobierno de Rajoy ha dado una vuelta de tuerca inesperada al juego y ha encontrado una fórmula inédita para contrarrestarle: el suicidio asistido.

El Gobierno asiste al suicida

Por extraño que nos parezca, la muerte se ha convertido en un bien a proteger.
Véase la eutanasia y el suicidio asistido.

La secesión de un país no deja de ser un ejemplo de "buena muerte" para los defensores del hasta ahora desconocido "derecho a decidir" cualquier cosa. En el caso que nos ocupa, la muerte de una nación. 

No obstante, la eutanasia y el suicidio asistido suponen dos relaciones jurídicas con posiciones subjetivas radicalmente distintas.

Dejemos la eutanasia para otro día, y centrémonos en analizar si puede aplicarse el concepto jurídico de suicidio asistido para interpretar la forma en que el Gobierno está tratando la sedición planteada mediante el "juego del gallina". 

En el suicidio asistido es el propio sujeto que busca la muerte quien se la provoca a sí mismo, pero con la ayuda de otro que le proporciona los medios que necesita.    

Bajo esta hipótesis no existen "derechos" de uno y "deberes" de un tercero, sino "privilegio" o "libertad" de morir de uno (secesión) y "no derecho" de impedirlo por parte de nadie (ni siquiera el Estado).

Este supuesto es obvio que no puede estar previsto en la Carta Magna, pues un texto jurídico no puede regular un "no derecho" ni tampoco la libertad de hacer lo que no está prohibido (suicidarse, morir).

Desde hace cuarenta años determinados grupos dirigentes de algunas regiones del país se consideraron con el privilegio de separarse como posibilidad política. 
Esta libertad o privilegio siempre fue considerada por los distintos Gobiernos de turno, no un derecho político sino un "deseo" de suicidarse.
Se pensó que no tenían "derecho" a separarse pero sí "libertad" de suicidarse. 

Esta es la clave que explica lo ocurrido hasta ahora y la táctica del Gobierno Rajoy para tratar el problema en el momento en que escribo.

Cuando los "indepes" plantean su "derecho a decidir" mediante el "juego del gallina" ("o me lo das o me mato") no lo hacen exigiendo un derecho "político" que saben que no tienen (asumen que el referéndum fue ilegal), sino como la reivindicación de un supuesto derecho "moral".

Lo novedoso de la circunstancia es que el Gobierno cuadra el círculo: reconoce a los "indepes" la libertad de suicidarse y les proporciona los medios para que su iniciativa tenga éxito despeñándose de una vez por todas. Es el suicidio asistido. 

De esta manera logra evitar el conflicto por el sencillo procedimiento de hacer que se cumplan sus deseos, esto es, morir.  

Sólo desde este punto de vista cabe interpretar todos los movimientos del Gobierno desde que la Comunidad Autónoma de Cataluña decidió suicidarse: intervención del presupuesto autonómico y embargo de cuentas, facilitar la salida de Cataluña de toda la estructura empresarial, "muerte civil" mediante inhabilitación y multas para los dirigentes y funcionarios "indepes", aislamiento internacional, imposibilidad de financiar deuda.

En suma, el Gobierno no ha impedido al coche suicida que lleva "jugando al gallina" desde hace décadas que siga haciéndolo. No ha considerado útil aplicar hasta ahora los artículos de legítima defensa (155 y 116) que le otorga la Constitución para neutralizar el "juego del gallina", sino que ha puesto todos los medios para que el suicidio se consume. 

Y lo hace reservándose todos las herramientas para proteger a los que no se quieren suicidar, por ejemplo, trasladando a Cataluña a Policía Nacional y Guardia Civil, facilitando una "pasarela" para que los "mossos" que quieran puedan incorporarse a aquéllos cuerpos, garantizando las nóminas de los funcionarios leales y la financiación de los servicios públicos. 

Ignoro si Rajoy y su Gobierno son conscientes de lo que hacen, pero el tratamiento del problema de la sedición vía "juego del gallina" como un supuesto de suicidio asistido, supone un evidente hito teórico y práctico que coloca el temible juego en un marco de resolución completamente insospechado.   


* Juego del gallina: Comprenderán al instante a lo que me refiero si recuerdan a James Dean en “Rebelde sin causa” celebrar con otro joven una carrera de coches en dirección al vacío de un acantilado. El motivo de la disputa era acreditar quién era el más valiente, y el ganador resultaba ser quien frenaba más tarde, el último que se arrojaba del coche justo al límite del precipicio. El que tomaba antes la prudente decisión de parar era el perdedor, "el gallina”..., salvo que el vencedor se despeñase al abismo.



CODA NEGOCIADORA: 
Aunque los dialogantes merecen artículo aparte, sólo un breve recuerdo para ellos. 
Negociar con el suicida significa continuar participando en nuevas partidas del "juego del gallina".
Conviene recordar que éste sencillo juego es el que nos ha llevado hasta aquí.
Por tanto, el diálogo con el rebelde ya no sería "suicidio asistido" sino suicido compartido, suicidio al cuadrado, multisuicidio. 



twitter: @elunicparaiso