domingo, 27 de noviembre de 2022

"Morigrafía" de una pintora oculta

  

Gracias a la amabilidad de Lola Iglesias y la empresa de promoción cultural "Nuevos Públicos", pude acudir a la proyección en el MNCA Reina Sofía de la película de la directora Irene M. Borrego, "La visita y un jardín secreto".

Antonio López, el egregio pintor manchego que conoció a la protagonista, interviene en la película "punteando" con su voz -según dijo él mismo en el coloquio posterior- la narrativa cinematográfica.

La obra trata sobre la vida de una pintora oscura de la Generación del 50, Isabel Santaló (Córdoba, 1923-2017) tía de la realizadora del film, pero no es una biografía, sino una original "morigrafía". 

Con una cámara que se recrea en la lenta cotidianidad de una anciana casi inmóvil encerrada en su desvencijada casa con un gato obeso como dueño y señor del recoleto espacio, se nos ofrece la decrepitud de una artista abstracta que nos explica la naturaleza del arte moderno sin necesidad de mostrarnos ni uno solo de sus lienzos.

Sometida por las preguntas inquisitivas de su sobrina sobre la naturaleza del arte, Santaló se rehace para sentenciar que el arte auténtico no debe tener otro objeto que la búsqueda de lo inefable.

Centrada en esta lucha por descubrir lo no dicho, parece que la pintora apenas lo consiguió, pero sus obras no son otra cosa que el testimonio de ese esfuerzo siempre solitario.

En esa búsqueda de lo aún no expresado, pero a duras penas presentido, puede resumirse el arte de la experimentación.

Antonio López quiso justificar el fracaso comercial de Santaló argumentando que la profesión de artista resulta muy difícil porque no hay criterios para evaluar los méritos de ninguna obra.

Este comentario del exitoso pintor me trajo a la memoria la distinción que Tocqueville hace en "La democracia en América" entre el arte de los estados sociales aristocráticos y democráticos, y pude preguntar a Antonio López si la ausencia de canon para valorar el trabajo de los artistas se debía a una característica propia del arte o si era una consecuencia de nuestro estado social.

El genial pintor realista coincidió con el sociólogo francés del s. XIX: la democracia es la causa del relativismo artístico que liquida el orden que lleva de suyo toda aristocracia.

La libertad y la igualdad que derrumban las convenciones provocan el cambio constante de sensibilidades, pero también de fortunas.

Isabel Santaló tuvo su sensibilidad, pero careció de fortuna comercial y de reconocimiento artístico, sin que nadie pueda decir por ello que Santaló fuese peor pintora que Palazuelo, pues si no hay una explicación del porqué la abstracción de nuestra protagonista esté olvidada, tampoco la hay del triunfo de la abstracción de Pablo Palazuelo, según declaró el propio López.

La emoción de ser testigo de que Tocqueville predijo dos siglos antes lo que López acababa de certificar ante mis ojos, me hizo olvidar la pregunta esencial que debí haberle hecho: si el estado social provoca el relativismo artístico, ¿cuál es el motivo de la desazón general, de la inacabada búsqueda por enunciar lo inefable?, ¿por qué la libertad y la igualdad no han podido encontrar una verdad?, ¿quizás la explicación resida en la pérdida de lo sagrado que hace que no podamos dejar de buscarlo o en la negación de lo divino sin que hayamos podido encontrar un sustituto?

Sea como fuere, la "morigrafía" del artista que luchó por descubrir la verdad en las formas, termina siendo una singular "película de terror", en palabras de la directora del film, pues más que ofrecernos una página de la historia del arte nos lega el testimonio de una trayectoria vital terrorífica, en la que la realizadora nos cuenta que ve representada su misma existencia.

Mientras Irene M. Borrego pronunciaba estas palabras un halo de nihilismo recorrió la sala.

Y es que al final, la experimentación artística cuyo afán consistía en descubrir lo inefable termina ofreciéndonos como todo resultado un melancólico yo-yó.

Curiosa enseñanza para aspirantes a la gloria a través de las Bellas Artes. 


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domingo, 6 de noviembre de 2022

"Goya, el ojo que escucha", la "genialogía" de López Linares

 

José Luis López Linares (Madrid, 1955) en su última película,  "Goya, el ojo que escucha", vuelve a incidir en su singular poética cinematográfica: no busca, encuentra.

En la práctica totalidad de los documentales los directores se esfuerzan por presentarnos las pruebas de un hecho que ya conocemos.

Sean históricos, políticos o incluso los que tratan sobre la naturaleza, sabemos desde el principio lo que nos van a decir. El único interés radica en los datos e imágenes que los autores buscaron para ratificar nuestro conocimiento previo.

Precisamente por esta causa los documentales suelen aburrirnos, pues del que busca no podemos esperar la sorpresa del encuentro.

Sólo se puede buscar lo que ya se conoce, lo descubierto con anterioridad, sea la Guerra Civil española o la ferocidad de la vida en la jungla. 

López Linares acepta este punto de partida de la búsqueda (con su majestuosa fotografía y una preciosa selección musical nos ofrece los cuadros de Goya) pero resuelve superarlo cediendo a otro el papel de "sujeto de la investigación" para reservarse la modesta posición del que escucha con el fin no declarado de encontrar lo que se desconoce.  

Ese trueque, ese pasar de director a escuchante le permite hallar lo que no buscaba para ofrecernos lo que no sabíamos.  

Así, el director López Linares nos presenta un documental donde Jean-Claude Carrière, un español de Francia, investiga la obra de Goya, con fulgurantes apariciones de distintos expertos que completan el análisis.

El fabuloso guionista galo, mientras López Linares escucha, va bordando la obra de Goya al hilo de su propia vida, de su admiración por la pintura del de Fuendetodos y de su experiencia profesional junto a Luis Buñuel.

Sin embargo, el resultado es algo completamente inesperado, pues lo que la pantalla nos ofrece no es el resumen de una búsqueda (la producción goyesca) sino el fruto de un encuentro: una genealogía de genios, una "genialogía".

La "genialogía" de López Linares va de Goya a Buñuel, de Buñuel a Jean-Claude Carrière y de Carrière al propio López Linares, pues es éste quien transforma la vertical ascendencia genealógica en un bucle de genios donde el punto de partida y el de llegada es el mismo: Francisco José de Goya y Lucientes.

El documentalista madrileño es el cineasta español más personal, pues tomando como materia prima el puro realismo nos conduce por un mundo de ficción donde Carrière habla con las majas goyescas para despedirse de ellas con un "hasta pronto" premonitorio.

Adivino en el título de la película, "Goya, el ojo que escucha", un doble sentido.

López Linares nos quiere hacer creer que sólo hace referencia al hecho de que Goya, sordo, oía con sus ojos.

Considero que tiene otro significado que el creador nos oculta, pues el "ojo que escucha" no es otro que la cámara de López Linares poniendo imágenes a su decisión de convertir la función de dirigir en la actividad de escuchar.

Gracias a este proceso de escucha ya encontró una generación ("la 21-21") con "España, la primera globalización", y ahora nos descubre una "genialogía".

Sólo me queda recomendarles que no se pierdan la oportunidad de ver esta película en los cines.

Si no lo hacen su alma no se lo perdonará.


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