El análisis
realizado en los dos últimos artículos tanto de la "victimocéntrica"
ley de "sólo sí es sí" como de la diferencia radical entre el número
de condenas penales por violencia de género y el número de mujeres consideradas
víctimas de violencia de género, nos sirve para traer a discusión un hecho
clave de la política contemporánea: la "víctima" ha sustituido al proletariado o al ciudadano como sujeto de la revolución.
De denunciantes a víctimas sin solución de continuidad
Cuando la
jueza podemita Rosell rechaza el "punitivismo" contra los agresores
sexuales, mientras su Gobierno amigo hace una ley que pone en el centro a las
"víctimas", se está lanzando un mensaje muy claro a la población: la
seguridad de las mujeres no es el problema esencial porque la acción pública no
se concentra en el delito y su castigo, sino en las denunciantes que por el
hecho de serlo pasan a ser consideradas "víctimas".
Este
desplazamiento terminológico resulta interesante.
¿Por qué la
denunciante se convierte en víctima sin necesidad de que el denunciado haya
sido declarado victimario en un procedimiento penal?
¿Por qué a
las denunciantes cuyos procesos no concluyen con penas, no se las sigue llamando
denunciantes para diferenciarlas de las víctimas que sí han obtenido condena de
sus agresores?
¿Cómo puede
haber una víctima cuando no se ha declarado un culpable?
La “víctima” nuevo sujeto revolucionario
La
banalización del concepto de víctima, pues para la legislación "woke"
tan víctima es la mujer violada como la que ha denunciado una injuria, pone en
evidencia que su objetivo prioritario no es la protección de cada mujer contra
la violencia sexual (ver la reducción de las penas) sino la politización del
cada vez más numeroso colectivo de víctimas.
¿Por qué
esta obsesión en ampliar su número, con independencia de que las denuncias terminen
con sentencias condenatorias o no?
En primer
lugar, porque cuantas más víctimas más burocracia para atenderlas, más
presupuestos, más negocio político. Sólo hay que ver los innumerables entes
públicos involucrados en la ley de "sólo sí es sí" que necesitarán la
gasolina del dinero para funcionar.
En segundo
lugar, la multiplicación de las víctimas favorece la extensión del
clientelismo, pues cuando basta con presentar una denuncia para obtener la
calificación de "víctima" con derecho a beneficios económicos,
laborales, asistenciales... se incentivan las denuncias con el fin de ser
beneficiario de las compensaciones que los políticos ofrecen.
En función de estos dos elementos, no sé si la ley de "sólo sí es sí" tendrá como resultado una mayor libertad y seguridad para las mujeres, pero lo que puedo prever es que se traducirá en un aumento exponencial de las "víctimas", lo que a su vez redundará en un crecimiento de la burocracia y de sus presupuestos para atender a aquéllas y sus "necesidades económicas, laborales, de vivienda y sociales", a sus derechos a "servicios sociosanitarios", de "salud mental", de "asistencia personal"... (echen un vistazo a la ley de "sólo sí es sí").
De esta
manera, la "víctima" se convierte en el nuevo “paria de la Tierra” y,
por tanto, en el mítico sujeto revolucionario que garantiza la reproducción de la casta política que se atribuye su defensa, pues ¿quién será el "fascista" que se oponga a
los justos derechos de las "víctimas"? ¿quién será el
"nazi" que se atreva a recordar que el origen de las
"víctimas" puede residir en una denuncia sobreseída?
Así se destruye al enemigo
La
politización de las "víctimas" que fabrica la legislación
"woke" tiene como finalidad primordial convertir a las marcadas como "víctimas" en un instrumento para destruir al adversario, pues el nudo de la cuestión no reside en la protección de las mujeres sino en la liquidación del enemigo.
Veámoslo.
Una de las características
de este constructo es la radical discriminación entre víctimas.
Por ejemplo, las
víctimas públicas no existen. Las víctimas públicas de la inflación, de las prohibiciones
arbitrarias o de los impuestos confiscatorios jamás tendrán la consideración de
víctimas.
Otro de los
rasgos es su "patrimonialización", su privatización, pues sólo las
víctimas que designen los fabricantes de las leyes woke son víctimas “pata
negra”, es decir, se constituye un negocio privatizado que se financia con
dinero público.
Y por
último, para que haya víctimas tiene que haber culpables.
Si en un alto
porcentaje de casos los jueces no los encuentran, vienen en su auxilio los
políticos: los culpables son, por supuesto, la categoría política de los
"hombres" como encarnación del Mal.
Pero con
carácter aún más general son tenidos como culpables las "no
víctimas", esto es, los hombres y mujeres que, se opongan o no se opongan, van a financiar con
sus impuestos la "autonomía económica de las víctimas”, “la reparación
integral” de las mismas, “incluida su recuperación, su empoderamiento y la
restitución económica y moral” . Ver artículo 1.3 d) y e) de la ley de “sólo sí
es sí´”.
Resulta una terrible paradoja que se atribuya la culpabilidad política a quienes paguen tributos religiosamente, a los se resistan a presentar denuncias por delitos de violencia sexual, a los que no reciban ninguna
compensación del Estado, pues ellos serán los que tendrán el deber de empoderar a las víctimas por obra y gracia de su
dinero y su probidad.
La
guerra civil de la "víctima"
En definitiva, discriminación entre víctimas, "patrimonialización" política de éstas, división social entre "víctimas" y "no víctimas" o culpables.
Estos tres
elementos configuran una sacralización del concepto de "víctima" que
justifica la transformación de la lucha política en guerra civil, pues quien niegue
los derechos de las víctimas que designe la casta política pasa a ser el enemigo que
merece ser destruido por "ultra", "indecente" y "criminal".
Una guerra civil desequilibrada, pues
una parte está perfectamente organizada como minúscula oligarquía política que se ha apoderado de las víctimas para acaudillarlas,
mientras que la otra se encuentra aislada, confusa, sin liderazgo político que entienda la naturaleza del conflicto planteado y que se conforma con sobrevivir mientras no
diga ni pío y pague impuestos con los que financiar a los que le perdonan la
vida.
Veremos cómo se pueden igualar las fuerzas.
twitter: @elunicparaiso
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