Esa
máxima ingenua de que “hablando se entiende la gente” quizás tenga su
fundamento filosófico en la tríada dialéctica de tesis, antítesis y síntesis.
La
tesis vendría a ser una razón parcial, la antítesis su contrario en tanto razón
distinta, y la síntesis una razón completa dado que supera a la tesis y a la
antítesis.
Cuando
un político dice que “hablando se entiende la gente” es porque cree que no existe problema que no pueda arreglarse mediante el establecimiento de una solución
razonada superior a la voluntad individual de cada una de las partes.
Esto
es desmentido por la vida misma, pues, por ejemplo, ¿cómo adjudicar algo indivisible que quieren dos personas a la vez?
El
denominado conflicto árabe-israelí nos ilustra cómo es imposible generar
siempre una síntesis por medio de la razón cuando dos partes pretenden apropiarse de forma exclusiva una
misma cosa, el mismo pedazo de tierra.
Lamentablemente, hay contenciosos que son incapaces de superar la antítesis.
En
el momento en que un asunto se convierte en insoluble lo es para la eternidad,
salvo que una parte elimine a la otra. Es decir, cuando el entendimiento
fracasa, la fuerza es el último recurso.
Es
el drama de la vida. También de la política.
Por
eso, el fin de la política racional no debiera ser el intento de resolver
problemas sin solución mediante el diseño de síntesis imposibles de realizar,
sino evitar que los conflictos alcancen la condición de problemas insolubles, anticiparse a la rotura de la convivencia.
Y
para ello lo principal es no atender las razones parciales de uno o de otro,
sino facilitar compromisos entre las partes que dejen a salvo las razones de
uno y de otro, esto es, lograr que dos partes compartan la misma cosa.
Y
si alguna de ellas no está dispuesta a alcanzar un acuerdo de
convivencia, excluirla por la fuerza, sean cuales fueren sus razones parciales,
pues la razón política debe ser ajena a las razones particulares cuando éstas pretenden romper la razón superior: la convivencia.
Teniendo
en cuenta lo anterior, podemos decir que la política de la Generalidad de
Cataluña convocando un referéndum secesionista el 9 de Noviembre de 2014,
intenta convertir un teórico problema entre España y Cataluña en un conflicto
sin solución al intentar apropiarse de una cosa que no es sólo suya.
Los
argumentos históricos, ideológicos, políticos, económicos, no tienen cabida en
este asunto cuando el objetivo de esos argumentos es excluir a una de las
partes que también es propietaria de ese territorio y que también tiene
argumentos históricos, ideológicos, políticos y económicos para quedarse.
La
separación de Cataluña de España sólo prosperará mediante la discriminación de los
no separatistas.
Ante
esa amenaza, a la razón política sólo le queda una alternativa: neutralizar a
los separatistas excluyentes y fomentar los compromisos del resto.
O
lo que es igual: el Presidente de la Generalidad debe ser detenido hoy mismo.
Al día siguiente se debería disolver el Parlament y convocar nuevas elecciones autonómicas, declarando
ilegales a todos los partidos políticos que apoyan o persigan la independencia.
Ese
sería el camino para recuperar una gran amistad.
Lo
contrario, el diluvio: la conversión de un problema en insoluble.
Nota: La solución de recurrir ante el Tribunal Constitucional la convocatoria
del referéndum separatista es esencialmente inútil, pues mientras los separadores no
sean apartados de la Generalidad, el problema continuará, pero peor.
twitter: @elunicparaiso
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