La
teoría mimética, obra del inclasificable René Girard (Aviñón 1923-Stanford
2015), nos sirve para entender el modo de relación entre los partidos políticos
españoles derivado del sistema electoral proporcional.
El
más depurado representante del mimetismo es el actual Secretario General del
PSOE.
Su
estrategia consiste en simpatizar con cualquier segmento político (de centro,
nacionalista o de izquierdas), que a cada momento le convenga hasta confundirse
con él..., excepto con uno, que cumple la función de chivo expiatorio.
A
luz de la mímesis, el supuestamente moderno Sánchez aparece como un arquetipo
precristiano, un seguidor del pensamiento arcaico, en tanto aspirante a ver cumplido
su deseo de gobernar una sociedad infeliz por el drástico método de sacrificar
a un único culpable.
Además,
en toda situación donde muchos sujetos deseosos de alcanzar el Poder luchan en
competencia por la posesión del objeto anhelado, la solución más fácil al
problema del "todos contra todos" siempre ha sido el "todos
contra uno".
Ésta
es la idea que subyace en los eslóganes "cordón
sanitario" contra el PP, o el intento de Sánchez de contar con los apoyos de Podemos (de C´s y de los
nacionalistas también) para "echar a
Rajoy de la Moncloa".
El
Partido Popular y su Presidente son el chivo expiatorio con el que se pretende
eliminar la "crisis mimética" que surge en la sociedad civil con la
crisis económica, y en la sociedad política con la batalla por la conquista del
voto de izquierdas entre Podemos y el PSOE, pues al desear lo mismo están obligados
a luchar entre sí y a imitarse mutuamente con el fin de conseguir lo que el
otro tiene (bienes, reconocimiento o votos) en una guerra sin cuartel.
Como
recalca el profesor Domingo González Hernández ("René Girard, maestro
cristiano de la sospecha", Colección Persona, nº 56), no hay deseo sin
imitación ni imitación sin deseo.
De
esa "crisis mimética" resultado del enfrentamiento por las mismas cosas (el Poder en un caso, el
ascenso social o el prestigio siempre), la fórmula elegida por Sánchez para
salir del atolladero consiste en la elección de un chivo expiatorio que
concentra la responsabilidad del Mal, y que por supuesto es externo a la
relación conflictiva entre todo el espectro de la izquierda (desde el centro
izquierda a la extrema izquierda).
Poco
importa que sea irracional focalizar en un único culpable las causas del
malestar social que pervive después de que haya terminado la "crisis mimética",
pues lo cierto es que Rajoy o el PP ya no son vistos como entidades físicas o jurídicas
que producen acciones susceptibles de ser valoradas, sino que representan un
mito útil en la causa por la superación del conflicto entre los partidos de la
oposición en su lucha por el Poder y la crisis económica que amenaza
inestabilidad.
Así,
la figura del chivo expiatorio culmina con la conversión del teórico culpable
en víctima y con el encubrimiento del crimen.
Cuando
hablo de víctima no se trata aquí de defender a Rajoy de las sospechas bien
fundadas de ser el dirigente de un partido corrupto, entre otras cosas porque
el mismo procedimiento de creación de una víctima propiciatoria es utilizado
por la derecha cuando la izquierda está en el Poder ("¡váyase señor
González!").
Sólo
se trata de demostrar que la construcción del chivo expiatorio cristaliza todas
las imágenes de odio y rencor que el electorado pueda imaginar con el fin
cierto no de mejorar la gestión del país, sino para galvanizar un problema
entre partidos y relajar las tensiones de un momento histórico que amenaza quiebra.
El
presunto autor de varios delitos o el supuesto mal gobernante es utilizado como
chivo expiatorio, y desde entonces se convierte en víctima que debe ser
sacrificada en aras de la estabilidad de una situación política, aunque las
causas reales que han provocado la crisis del país sigan intactas con el
sacrificio del designado como culpable.
Por
eso, la transformación del chivo expiatorio en víctima debe ocultarse para que
aquél cumpla con eficacia su papel de bálsamo de la "crisis
mimética", pues si los verdugos saliesen a la luz quedaría descubierta la
mentira que todo chivo expiatorio representa, esto es, la de ser el único
responsable del conflicto.
Por ello son imprescindibles las
ideologías y los medios de comunicación que las difunden, encargados de crear
lo que René Girard llama la "causalidad diabólica": arbitrariedad y
necesidad.
La
arbitraria ideología racionaliza la necesidad del designado como chivo
expiatorio. Es la posverdad.
¿Pero
cómo se puede prescindir de la víctima propiciatoria?
Del
mito arcaico que encierra el chivo expiatorio se salió gracias a la Revelación
cristiana: Jesús revela la inocencia de la víctima.
En
política la Revelación coincide con el surgimiento del líder que toma partido
por las víctimas y contra la multitud, siempre deseosa del chivo expiatorio que
le salve.
Es
lo que en términos contemporáneos llamaríamos "hombre de Estado" o
patriota.
El
hombre de Estado niega al político de partido que se agota en un activismo que
necesita a la víctima propiciatoria como único paliativo al conflicto social.
El
rechazo del patriota a la "causalidad mágica", a la posverdad, le permite
conocer la naturaleza de las cosas, devolviendo a los ciudadanos a los que
dirige el sentido de la realidad, que exige como primera condición la
responsabilidad de cada uno.
Al
hombre de Estado se le reconoce porque en la plaza pública grita: "¡el que
esté libre de culpa que tire la primera piedra!".
Y
él no la tira.
De
esta forma evita designar a la víctima y provocar la imitación de sus
seguidores. Es decir, neutraliza la resolución fraudulenta de una "crisis
mimética".
Hemos
empezado por Pedro Sánchez y debemos terminar con él.
¿Por
qué desaprovechó la oportunidad de continuar convirtiendo a Rajoy en el chivo
expiatorio tirando contra él la primera piedra? ¿Por qué escapó a la espiral de
crear una víctima propiciatoria para explicar el fracaso catalán, cuando no
deja de utilizarla en toda España desde su puesto de Secretario General? ¿Se ha
convertido en un patriota, en un hombre de Estado?
Caben
varias interpretaciones.
Una
de ellas es que ha surgido un segundo chivo expiatorio, Puigdemont, que niega
al elegido por Sánchez.
Otra
reside en que, después de oír las críticas de Guerra y González a su
inconsistencia política en Cataluña, quizás tema convertirse él mismo en el
chivo expiatorio de la inacabada guerra civil de su partido.
La
más probable es que haya intuido que el caso catalán ha liquidado a Podemos
como rival, y ha salvado a la que parecía moribunda situación política
resultante de la Transición, que ahora amenaza con prorrogarse otros cuarenta
años, lo que convierte en innecesario a un chivo expiatorio que ayude a la
estabilidad política del país.
Quizás
Rajoy le ha ofrecido la vicepresidencia de una Gran Coalición a la que
inevitablemente se dirige el país.
Seguramente
un poco de todo hay en el táctico cambio
de Sánchez.
Desde
luego no considero que un meditado intento por convertirse en hombre de Estado
haya jugado ningún papel.
twitter: @elunicparaiso
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