La
situación política resulta tan átona que la ciudadanía no diferencia entre el
Presidente Rajoy y la oposición del PSOE.
¿Es
esto una peculiaridad “Marca España”?
No
lo creo.
Ronald
Reagan, el padre político de los que se reclaman liberales, fue quien, so
pretexto de reducir el tamaño del Estado, bajó impuestos a costa de un
gigantesco déficit fiscal que los sucesivos Presidentes norteamericanos no han
dejado de incrementar.
Y
por qué.
Responde
el profesor Elio Gallego: “simplemente porque el orden que nos constituye ha
cambiado. O lo que es igual, no cambiamos porque queramos cambiar el orden,
sino que cambiamos porque el orden ha cambiado y nos tenemos que ajustar a él”.
Ni que decir tiene que ese orden que ha cambiado nos legó un orden socialista, versión
socialdemócrata.
Y
por mucho que más de la mitad de la clase política diga que pretende combatirlo,
lo único que hay es socialismo.
Por
tanto, la clave hoy no reside en dinamitar el orden por socialista, sino en
descubrir si es posible alcanzar la “tranquillitas ordinis” agustiniana en un
orden socialdemócrata, pues el orden es ajeno al voluntarismo de la destrucción.
Habría
que indagar para ver si el socialismo duro o más duro, mientras espera la llegada de la dictadura del proletariado o la soberanía de la
voluntad general, tanto monta, monta tanto; puede hacer posible la “tranquilidad
del orden”, la “bien ordenada concordia” de que hablaba San Agustín.
Al
toro.
Si
anhelamos el orden es porque éste es siempre justo, en tanto que orden es
sinónimo de equilibrio entre partes y equilibro no es otra cosa que justicia.
Ahora bien, el mejor anclaje del orden no es la violencia ni el mercado, sino el deseo de la mayoría de conservar lo que existe, puesto que
el orden vigente es lo que garantiza lo que es de cada uno, por escaso o
injusto que pueda parecer.
Paradoja que explica el tan criticado inmovilismo de la ciudadanía, la resistencia al
cambio.
El orden se concreta en el Derecho vigente, hoy un Derecho socializante con la misión de proporcionar un sitio igual para todos, con independencia de sus méritos.
El orden se concreta en el Derecho vigente, hoy un Derecho socializante con la misión de proporcionar un sitio igual para todos, con independencia de sus méritos.
Para
el hombre del s. XXI lo natural es este orden socialdemócrata, mezcla de “nivel
de subsistencia garantizado”, altos impuestos a un decreciente sector de
población que trabaja y Estado por todos lados; que lucha por extender.
Por
ello una suerte de socialismo de “rostro humano” no retrocede sino que avanza, como
si estuviéramos en el camino correcto para alcanzar “la bien ordenada
concordia”.
Sin
embargo, nueva paradoja, demasiados indicios nos señalan que la senda elegida
es un atajo al abismo, en tanto el Estado que garantiza el orden socialdemócrata
es el mismo agente que destruye ese orden en aras a su presunto perfeccionamiento.
El
Estado, como todo buen revolucionario, el último quizás, no puede quedarse
quieto hasta la conquista de la Utopía, aunque se caiga el cielo y devore a sus
hijos.
¿Necesitan
pruebas?
Varios
artículos de este blog nos dispensan de la tarea.
La
situación sería esta: un orden socializante dirigido por un Estado caníbal. Un
Estado que sostiene el orden socialdemócrata mientras lo destruye sin solución
de continuidad para hacerlo más grande, más fuerte, más igualitario.
En
suma, un orden socialdemócrata que no se cuestiona, pero que vive sumido en el
malestar que le provoca el cambio perpetuo.
Por
tanto, el problema no sería el orden, pues al fin y al cabo éste no es otro que
el heredado del Cristianismo, el orden que resultó de su fracaso, pero al fin y
a la postre el relevo que se pretende definitivo en la carrera por ganar el orden malogrado por el Cristianismo,
pues el Estado socialdemócrata es Cristianismo secularizado.
De
ahí la naturalidad y hasta el júbilo con el que se vivió en los pueblos la transición
al Nuevo Orden, pues como dejó dicho Gómez Dávila un socialista es un cristiano
impaciente.
¿Entonces
el mal estaría localizado en el Estado?
Más
que en el Estado en su impaciencia y en la falta de respeto de la clase dirigente a sus mayores.
El
Estado olvidó las reglas del orden que le constituye y que le mantiene porque sustituyó
el Derecho de la comunidad, que no le pertenecía, por la innovación como norma.
Eligió los saltos al vacío que toda innovación lleva de suyo, antes que guardar los preceptos directores de cualquier orden, pues éste antes que socialista o liberal es
un orden, y conviene recordar lo que debe ser.
¿Sabe
el Estado cuáles son las reglas del orden? Me temo que ya no.
Enfrascado
en el cambio del cambio de la Nada, es incapaz de volver al origen, al
nacimiento, donde toda forma es perfecta, pues reformar no es más que volver a
la forma original.
Si la historia es
un repertorio de posibilidades, la novedad no sería la transgresión del orden y
su sustitución por otro desconocido, sino el despliegue de las posibilidades no
realizadas.
No
pidamos más herejes pues ya disponemos de varias colecciones completas.
Lo
que nos faltan son santos, santos que sirvan de ejemplo de que no necesitamos
“hombres nuevos” sino hombres perfeccionados, mejores, capaces de dar formar a una comunidad de hombres libres.
Todo
un programa político para el socialismo del siglo XXI.
Tarea
inmensa que como ya hemos dicho sólo puede empezarse retrocediendo, retornando al pasado, a un
origen que no está ni en Lenin ni tan siquiera en Marx, sino en la humildad y en el tomismo, que no es la ideología de Tom Sawyer ni el Manifiesto por la Independencia de Tom, el gato de "Tom y Jerry", sino el pensamiento de Santo Tomás.
Un
programa político donde el experimentalismo social, el culto al Estado y a su
acorazada legislativa, queda para las celebraciones dominicales de las sectas,
mientras que durante el resto de la semana se deja de hacer leyes y de molestar a los ciudadanos para que todos encajen en el lecho de Procusto, y se pasa a trabajar una larga temporada sólo por ver la mejor manera de custodiar el
Derecho basado en los usos y costumbres, de recuperar el sentido común
que se expresa en el respeto a la palabra dada y la autoorganización de los
individuos y de los cuerpos intermedios en que aquéllos se integran de forma voluntaria.
Un
socialismo comunitario, sí, por supuesto. Pero sobre todo antiprogresista, no estatalista, reaccionario incluso, pues quizás reculando y reculando alcance a vislumbrar el estado del hombre anterior al pecado original, haciendo realidad la Utopía atea.
No
obstante nos conformamos con menos. Nos bastaría con que la burocracia socialista en sus distintas modalidades, léase socialdemócratas o conservadores, nos dejase en paz mientras empieza a leer la Suma Teológica del Aquinate bajo la dirección magistral del profesor Elio Gallego.
Eso
o el paraíso fiscal.
twitter: @elunicparaiso
Interesantísima reflexión la tuya. ¿No te parece que ese orden efectivo, que hoy es el Estado socialista, dios mortal, está viviendo sus penúltimos momentos? Ha tenido un gran éxito desde los años 40 del S.XX y sus promesas se han hecho realidad en gran medida. Hoy sus sistemas piramidales de seguridad, sus necesidades incesantes de más cantidad de recursos y la cultura que le acompaña, lo llevan a una nueva mutación, a la cual ”tendremos que adaptarnos”. El orden cambia cuando sus equilibrios se hacen inviables. Y tengo la impresión que los equilibrios en que se basó el éxito del estado socialista se están erosionando día a día. Por mucho que los humanos nos empeñemos en “conservar lo que existe”, la persona artificial del Estado que conocemos y nos parece tan natural, tiene los días/años contados, no porque sus pueblos no quieran seguir con el cuento, sino porque el cuento está agotado. Promesas incumplidas, estafas generalizadas en los sistemas de compra coactiva de seguridad, el Estado se ha convertido en el principal generador de desigualdades (privilegios, canonjías, regalías, aforamientos,…), despilfarro, etc.
ResponderEliminarGracias por tu comentario Pedro.
ResponderEliminarComo siempre, eres muy amable.
Disculpa la tardanza en contestar, pero el verano sabes que provoca galbana y ausencias.
Yendo al fondo del asunto, estoy convencido que el socialismo PUEDE cambiar, pero puede hacerlo para bien o para fatal.
Creo que el profesor Gallego ha descubierto, sin pretenderlo, cómo debería ser un orden socialista para el siglo que vivimos.
A esto se llama serendipidad, esto es, buscando una cosa se descubre otra. O lo que es igual, indagando en Santo Tomás te conviertes en santón "new age".
En cuanto a que la cosa no puede seguir como hasta ahora estoy de acuerdo contigo: puede ir a peor.
Lo que creo que no admite dudas es que el orden bajo el que vivimos y bajo el que viviremos mucho tiempo será socialista.
Sigamos al profesor Gallego para no morir devorados.
O eso, o el paraíso fiscal.
Mi preferencia creo que no se le oculta a nadie, pues ya sabes que para mí el único paraíso es el fiscal.
Un fuerte abrazo y de nuevo muchas gracias.
Los paraisos fiscales son los estados donde no hay impuestos y donde predomina el anonimato los partidos socialistas han sido siempre usuarios de estos servicios
ResponderEliminar