Con
frecuencia me pregunto si es posible que un escritor político o económico puede
llegar a tener experiencias intelectuales comparables a las emociones que tuvieron
que cruzar a Paul McCartney cuando escribió “Hey Jude”, o a las que sentía Liam
Gallagher cuando, alzado sobre un altavoz, contemplaba a cientos de miles de
personas esperando oírle cantar, aunque fuese mal.
Lo
anterior puede parecerles una pregunta sin sentido, pero cuando un aficionado
como el que suscribe termina de escribir un artículo piensa que si llega a
producir algo realmente bueno lo sabrá de inmediato porque imagina que se
sentirá igual que cuando escucha las mejores canciones de los “Clash”. La
excelencia para un autor no la dicta el canon crítico sino su estado de ánimo.
Pero
voy más allá: ¿puede la creación teórica provocar en los lectores golpes
anímicos similares a los que sufren los seguidores de las grandes estrellas del
rock?
¿Es
posible lograr la exaltación de las almas leyendo un blog de pensamiento y
actualidad?
No
sé, lo que sí sé es que la música lo logra a costa del agotamiento, del vacío.
Todo
sentimiento es un viaje emocional, y con él va de suyo un camino de vuelta que
sólo termina cuando aparece la extenuación.
Así,
quiero creer que el vacío que sentimos en derredor y en nuestros corazones no
sea una suerte de nihilismo sino un no parar de sentir que nos deja sin
aliento. Como si la vida sólo pudiese ser vivida vivamente.
Siguiendo
con los desplazamientos, si cualquier aspirante a vivir al amparo de la ley de
propiedad intelectual hiciese en una de las siete artes algo parecido al Lp “Exile
on main street”, el mundo entero le seguiría de la misma forma que los fans de
los Stones peregrinan después de decenios al “château Nellcôte” por comprobar
si la casa donde se grabó el citado disco guarda todavía el aroma de lo que
allí sucedió.
Periódicas
divagaciones sobre estas materias se vieron esclarecidas de forma inesperada el
pasado lunes 17 de Junio en un seminario, para mí una misa laica, oficiado por el
gurú de las ideas, Dº Dalmacio Negro.
Quizás
fuese por la forma circular de las reuniones que propicia la convocatoria en
torno nuestro del espíritu de la luz. Quizás.
Lo
cierto es que cuando el profesor Elio Gallego glosó la otra tarde a Santo Tomás
descubrió, no sé si queriendo, el socialismo del siglo XXI, una rotunda innovación que no deja de ser el socialismo de Karl Marx, pero perfeccionado.
Fue
un discurso premonitorio, cristalino, levemente interrumpido para ser tomado de
nuevo y perfilarle con mayor garbo, con mayor brío; sencillo y único,
radicalmente innovador a pesar de sus fuentes antiguas.
El
discurso de una vida en un espacio íntimo, la decantación de un saber
enciclopédico en una visión inesperada.
En
sucesivos artículos iré desgranando el contenido.
Por
ahora es suficiente que sepan que sí, que se pude sentir algo parecido a lo que
Paul McCartney sintió cuando compuso “Hey Jude” utilizando como “médium” a un
profesor en estado de gracia.
Hoy
basta que sepan que estuve allí y escuché el discurso que el mundo estaba
esperando.
Dº
Karl Marx, antimarxista radical, sonríe satisfecho desde el cielo exclamando un
lacónico: ¡por fin!
Como siempre, te he leido con mucho interés y me he quedado con las ganas de saber cómo es el socialismo del siglo XXI.
ResponderEliminarTodo llega, estimado "A".
ResponderEliminarTodo llega, pero habrá que esperar.
Buenas noches.
No acabo de entender el fondo de esta entrada, aunque intuyo algo sobre lo que me arriesgo a pronunciar una opinión;
ResponderEliminara) Los ideales o fines perseguidos por el socialismo no son patrimonio moral del socialismo sino patrimonio de la cultura cristiano occidental, pese a que los socialistas se esfuerzan en monopolizar.
b) El problema de orden político no son los fines o ideales perseguidos, sino los métodos empleados por el poder para su logro. En el caso del socialismo estos métodos son siempre coactivos ( impuestos, ingeniería social, limitaciones a la libertad de empresa, regulaciones,…) con el fin de crear un sector público poderoso (monopolios gubernamentales), que transforme la sociedad para alcanzar los ideales.
Tan pronto es aceptado un fin de gobierno, se presume que incluso los medios contrarios a los principios de la libertad pueden emplearse legítimamente. El fin de gobierno se organiza en una oligarquía unitaria burocrática, en que las decisiones de la gente no responderán a escenarios de competencia, sino que serán impuestas sin apelación por la oligarquía organizados bajo la forma de monopolios gubernamentales. Esta oligarquía, revestida de una autoridad mistificada, se inviste de amplios poderes discrecionales sobre el individuo, destruyendo la libertad y fomentando la ineficiencia y la ruina a medio plazo. A corto parece un éxito, como cualquier sistema piramidal.
Tal clase de administración del bienestar del pueblo, se convierte en aparato incontrolable y dotado de voluntad propia.
Espero que en siglo XXI el socialismo desaparezca, no por sus ideales, que son los de nuestra singular civilización y modo de humanidad, sino por sus métodos.
Gracias por tu comentario Pedro.
ResponderEliminarTu opinión está muy bien fundada.
Has adivinado el fondo de la próxima entrada.
Un abrazo y espero tu opinión del inminente artículo.