viernes, 15 de marzo de 2013

El Quinto Poder


        
            Me ha llamado la atención el título de un libro del economista Daniel Lacalle: “Nosotros, los mercados”.
           
            Aplicar el pronombre personal de primera persona del plural a una entidad inanimada, espontánea y absolutamente neutral, según la definición que la teoría económica hace del mercado, bien puede recibir el nombre de antropomorfismo.

            Por qué se hace este sortilegio en virtud del cual a una institución sin administradores designados se le confiere  personalidad (“nosotros, los mercados”).

            A primera vista el motivo no puede ser otro que el deseo de otorgarle voluntad (decisión para hacer algo) y fuerza (capacidad de hacerlo), es decir, de interés propio.

            Por tanto, podríamos dejar sentada como primera conclusión que si al apolítico, por ciego e instrumental, mercado le dotamos de subjetividad lo que se persigue es transformarlo en sujeto político en tanto poseedor de una realidad y/o de una función pública que pretende ser singularizada y reconocida frente a cualquier otra.

            En este sentido, el significativo título que estamos analizando no puede ocultar que sólo es la primera parte de una oposición política (amigo-enemigo) que se quiere poner en evidencia: “nosotros, los mercados; vosotros el Estado”.

            La cuestión ahora sería dilucidar cuál es la función política propia de esa institución que ya no se conforma sólo con asignar de manera eficiente bienes y servicios utilizando la información que le proporcionan los precios, y que se presenta en sociedad como “nosotros, los mercados”.  
            ¿Ejecutar, legislar, juzgar?

           Legislar no, porque lo esencial está ya legislado y bastaría con cumplir el orden económico natural, esto es, respetar la propiedad y garantizar la libertad para que el funcionamiento automático de los mercados haga su trabajo.

          Examinar y sancionar mediante el temido, y tantas veces desobedecido, “juicio de los mercados” sería su destino político.   

          Un juicio diferente al reglado y contradictorio propio del Poder Judicial, por cuanto aquél se pretende semejante a alguna forma de las ordalías o “juicio de Dios”, donde las disputas se dirimen por medio de la lucha y donde el resultado de la misma obtenía el plácet de Dios. O lo que es igual, al vencedor de la batalla le hacía suyo la divinidad.  

         El “juicio de los mercados” vendría a ser una suerte de ordalías donde el  triunfo económico (el que gane más dinero en caso de empresas, y el que pague sus deudas por lo que respecta a los Gobiernos) obtiene la confianza del mercado que se manifiesta a través de un veredicto  favorable en forma de nuevos créditos.   

          Si en el procedimiento judicial propio de los Estados de Derecho el Juez resuelve después de escuchar las razones de las partes, en las ordalías la instancia decisora sacraliza, como autoridad suprema, un resultado previo.

          Así, en el  “juicio de Dios”, Dios acepta que el ganador sea su elegido; en el “juicio de los mercados”, el mercado acepta que la empresa cuyas acciones se revalorizan de manera constante y el Gobierno que obtenga y conserve la “triple A” cuenten con su  bendición.

          Nos quedaría por establecer lo más difícil, esto es, la eficacia política de esta algo más que opinión económica.

            Ya dejamos sentada como primera conclusión que la subjetividad que ese “nosotros” concede a los mercados no tiene otra misión que dotar a éstos de voluntad.
       Si a esto añadimos que la manifestación de su voluntad se realiza mediante la forma de ordalías, esto es, como sanción de una instancia superior, el “juicio de los mercados” busca convertir sus fallos en ejecutivos con la misma fuerza que una sentencia judicial. Es su destino en tanto voluntad mayestática: realizarse.

           Ahora bien, ¿pueden los Gobiernos hacer oídos sordos impunemente al “juicio de los mercados”  planteados como ordalías y rebajarlos a la condición de simples dictámenes no vinculantes?

         La mera posibilidad de que la respuesta pueda ser “no”, obliga a caracterizar a “nosotros, los mercados” como el Quinto Poder.

           Un Poder con rasgos esquizofrénicos, pues lo abanderan los economistas o los intelectuales que odian al Poder, aunque lo necesiten para garantizar el cumplimiento de sus solemnes veredictos. 

            Demente o no, titular un libro “nosotros, los mercados” es un intento, desconozco si consciente, de institucionalizar el “juicio de los mercados” como Quinto Poder, pasando por alto el problema de su articulación política.

             Por ello, quiero terminar echando mi cuarto a espadas proponiendo una forma histórico-política que le permitiría conllevar la cruz que supone ser un Poder que se quiere antipolítico: una liga de paraísos fiscales.    

twitter: @elunicparaiso

   
           Penúltimo "juicio de los mercados": en Italia "nosotros, los mercados" dictaron su veredicto antes y después de las últimas elecciones, pero nadie parece hacerles caso. Servidumbres de ser Quinto en la fila del Poder.   

5 comentarios:

  1. Magnífico Jorge. Mas la intención del autor citado casi se me antoja más perversa, pues parece ser un nuevo intento de apoderarse del mercado bajo un signo personalista, en este caso corporativista; al más puro estilo de la ya conocida frase: "L'État, c'est moi". Liberalismo mal entendido, sin duda. Los cainitas capitalistas...
    Un abrazo.

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  2. Gracias Rafael.
    El Poder es lo que tiene, que cualquiera quiere apropiárselo.
    Lo explica Michels con su "ley de hierro de la oligarquía".

    Hablando del Poder, qué te parece el "rescate de Chipre".
    Yo creo que es una táctica para hacer a Monti Ministro de Economía y Hacienda de Italia en unos días.
    La Presidencia se la dejan a quien quiera el pueblo.

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  3. Quizás, Daniel Lacalle no sea precisamente un "enemigo" de la libertad al escribir un libro así. Discutir el título puede tener su fundamento literario o semántico político, si, pero ¿no sería más interesante leerlo?...

    Sobre su libro, "El único paraíso es el fiscal" también se le podría hacer una ácida crítica al título, incluso religiosa, pero eso no me ha impedido comprarlo y en cuanto me llegue leerlo.

    Ya le he escuchado en el Podcast Platón regresa a la caverna y estoy conforme con casi todo lo que dice pero no acabo de ver o entender esos "ataques" a los defensores de la libertad económica de carácter liberal clásico y austríaca.

    Llamar a Daniel Lacalle "Neo"liberal creo que requiere alguna precisión si es que se considera liberal, si no, entonces disculpe las molestias.

    Un saludo.

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  4. Muchas gracias por su comentario, estimado José Carlos.

    Intento no hacer comentarios "ad hóminem".

    Mi alusión al señor Lacalle era sólo una forma de referirme a un pensamiento económico antipolítico.

    Y en cuanto antipolítico, equivocado, pues la política gobierna la sociabilidad y sólo la política puede gobernar la sociabilidad.

    Me temo que la visión de "los mercados" de los intelectuales como el señor Lacalle es demasiado ideológica para que sea verdad.

    Y sus opiniones las considero "neoliberales" porque el liberalismo clásico no es antipolítico ni ideológico.

    Es un honor que participe en el blog aportando sus comentarios.
    Ojalá no sea la última vez.

    Me siento muy honrado de que haya comprado mi libro.

    Reciba un cordial saludo.

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    1. Muchas gracias por responder, D. Jorge. Disculpe la tardanza (nueve días) en mi respuesta porque no tenia activados los avisos.

      Reconozco que a las nuevas hornadas de economistas "liberal libertarios", si es correcto utilizar estos dos términos como una frase, ya les he notado un claro desentendimiento de lo político y la política o dicho de una manera más rápida un vacío o ignorancia de la teoría política que inicialmente no me parece negativa si solo quieren hablar de economía, lo cual es muy respetable.

      Ahora bien, debo reconocer que yo mismo he notado un vacío cuando he querido ampliar la visión economicista a otros ámbitos sociales y creo que tarde o temprano se acaba llegando a lo político como zona de gestión central de los asuntos humanos y donde la economía es uno más de ellos, eso si, muy importante pero no el único.

      Aquí hago mención obligada al descubrimiento por recomendación que me hicieron de Antonio García Trevijano y su visión de la República Constitucional donde lo político se presenta como ese centro de los asuntos humanos que mencionaba antes. No puedo dejar de mencionar a D. Dalmacio Negro Pavón, otro gigante de la "ciencia política" si el término ciencia es correcto usarlo asociado a lo político.

      Mi preocupación es donde trazamos las líneas rojas o esos famosos pesos y contrapesos del poder y de las estructuras constitucionales que nos hemos concedido en un mundo globalizado donde la economía y lo politico se quedan pequeños a escala local y necesitamos reajustes de ambos.

      Termino apoyando la competencia fiscal como un sano remedio a los estados gigantes y al libre mercado entendido como intercambio y cooperación voluntarios pero desde la política como lugar adecuado para mediar los asuntos de la sociedad aunque sigo sin tener claro cual debe ser su papel o límites más allá de esa mediación...

      Un saludo.

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