La pregunta más común entre los intelectuales, esto es,
por qué la gente no empeña más esfuerzo en derribar un sistema político
ineficiente, me parece absolutamente banal.
La
mayoría de ellos considera que todo se debe a que el pueblo se ha acomodado, ha
perdido energía.
A
mí, por el contrario, me parece evidente que si los ciudadanos no se molestan
demasiado en cambiar lo que hay se debe casi en exclusiva a que nadie les
asegura que lo nuevo sea mejor, y cuando alguien se atreve, creen que los costes de transición
pueden anular los eventuales beneficios de un futuro en teoría deseable. No
creo que el asunto dé para más.
Planteado
así el tema lo que resulta interesante es analizar por qué el régimen en vigor sigue siendo mejor valorado que las alternativas que se ofrecen, o cuáles son los elementos que le hacen preferible frente
al aparente aventurerismo de los que se oponen.
Bueno o malo, la
eficacia de todo sistema para conservarse es manifiesta: ante el menor indicio de conflicto le basta con recordar que su deber es el de guardar el orden
establecido para que el miedo se propague “ipso facto”. Y cuando el pánico reina es
inevitable que el balance provisional de pérdidas y ganancias en la mente de
cada posible revolucionario quede muy desequilibrado a favor de las primeras como para
disuadir al más fanático.
Pero
para justificar la desmovilización tiene que haber algo más que la pura negatividad de unos
enormes costes derivados del previsible enfrentamiento que un proceso de cambio puede
generar.
Y lo creo porque la historia está repleta de casos donde
el pánico a los efectos de una eventual represión no impidió la revuelta.
Ese
más que juega hoy a favor de la perpetuación del sistema es la reciente competencia asumida por el Estado de garante del bienestar
económico de todos y cada uno de sus súbditos siempre y en cualquier ocasión.
Se legitima gracias a sus presuntas virtudes como proveedor de seguridad económica
plena a través de la periódica creación de bombas de relojería, las denominadas “burbujas”.
Podríamos
definirlas como procesos inflacionarios en los precios de una serie concreta de
bienes, sin correlación con el valor real de los mismos, lo que provoca la incorporación de
nuevos compradores al proceso que, llamados por la expectativa de una
revalorización futura de tales bienes, trae como consecuencia que los precios
vuelvan a subir.
La burbuja estalla por la ausencia de nuevos adquirentes que puedan comprar al
precio marginal, momento en que los crecimientos de precios dejan de existir.
Pero
mientras no lo hace, el efecto riqueza que la subida constante de los precios
genera, aunque sólo ocurra en algunos sectores productivos, confiere
al régimen político la legitimidad económica que necesita para reproducirse, para seguir obteniendo el apoyo mayoritario de los votantes.
Caracterizadas
de esa manera son tan antiguas como la economía.
Lo
que hace distintas las burbujas de finales del s. XX y comienzos del XXI es
que el Estado caníbal es el comprador de última instancia, por lo tanto, puede
acelerar o retrasar el estallido a su antojo, y además, cuenta
con el monopolio de fabricar dinero fiduciario (sin respaldo en bienes tangibles como el oro),
esto es, dispone de la capacidad para dar inicio a cuantos procesos
inflacionarios tenga a bien para contrarrestar los resultados adversos del
reventón de las burbujas precedentes.
La
“guerra fría” y su carrera armamentística constituyen el ejemplo más simple de cómo los Estados pueden adquirir
bienes cada vez más costosos de manera casi ilimitada.
El
más actual le ofrecen los bancos centrales con sus políticas monetarias de
“barra libre de liquidez” comprando los activos tóxicos y supertóxicos que les
ofrecen las entidades financieras y las Haciendas Públicas.
En
cuanto a la sucesión de pinchazos de burbujas y aparición de otras nuevas que,
primero esconden los efectos indeseados de las anteriores, y luego vuelven a estallar, basta con
remitirnos a la historia contemporánea: crisis del petróleo en los años setenta
del siglo pasado, efervescencia y caída financiera en Latinoamérica a principios de la década de los ochenta, que terminó con otra burbuja y su correspondiente derrumbe bursátil el 19 de octubre de 1987 en Wall Street; crisis
financiera asiática en los noventa, burbuja y “crash” de las empresas "punto com" ya en el presente siglo, burbuja y “crash” inmobiliario previo al regreso de un nuevo "boom" financiero y su correlativo derrumbe, el recurrente de EE.UU. y el primero en la zona euro, aún por resolver.
Así, en tanto comprador de último recurso y con el poder de generar inflación sin solución de continuidad, el Estado caníbal se ha dotado de una política económica anticíclica capaz de producir una constante sensación de euforia en la psicología social del pueblo, que repudia, por entenderla superada, la idea de tener que convivir con la escasez.
Que una economía pompa sea un artificio estatólatra contrario al bien común poco le importa a sus promotores mientras cree la ilusión de opulencia generalizada que tanto necesitan para medrar, pues con este inesperado apoyo de una política económica mágica la ley de hierro de las oligarquías de Michels es más de hierro que nunca.
* La ley de hierro de la oligarquía formulada por Robert Michels viene a decir que por muy democrático que sea un sistema político, siempre termina mandando una minoría defensora a ultranza de sus propios intereses a costa de la prosperidad de todos.
twitter: @elunicparaiso
Aforismo de última hora: Europa no sufre una crisis económica, sólo padece de falta de burbujas.
Llámese como se llame: burbujas, boom o exuberancia irracional; es algo de lo que gusta la "opinión pública" por favorecer el espejismo de "crecimiento". Al fin y al cabo no es más que la deseada inflación keynesiana. Un auténtico engaño.
ResponderEliminarCada vez te veo más cerca de la Escuela Austriaca.
Un fuerte abrazo de tu amigo.
Como siempre, gracias por tu comentario.
ResponderEliminarSabes que estoy muy cercano a la teoría de la escuela austriaca, pero a la manera del gran Bertrand de Jouvenel.
Ya sabes. Ese desprecio de la escuela por el Poder...
Un abrazo fuerte y sabes que te sigo.
http://focoeconomico.org/2012/09/19/burbujas-y-macroeconomia/
ResponderEliminarNo, es el Estado que lleva viviendo de burbujas desde hace ya siglos - en Especial durante las democracias de pacotilla. La banca es simplemente un medio. Es una relación simbiótica de vis-a-vis. El Estado necesita la banca para trincar y ganar elecciones (gastando mas de lo que ingresa) y la banca necesita el estado para financiarse. Es Madoff pero a lo grande. De hecho si Bernie podría haber "prestado" dinero para liquidez al la FED, aun estaría en negocio - ni digamos si habría tenido acceso al los dos LITRO del BCE.
ResponderEliminarMuchas gracias por su comentario.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo en que la banca es un medio.
Por eso cuando el Estado le dice a la banca que no robe, ésta le conteste: "no me digas que no robe que me da la risa".
http://elunicoparaisoeselfiscal.blogspot.com.es/2013/04/me-dices-tu-que-yo-no-robe.html
Un fuerte abrazo.