La turbamulta a las puertas del Palacio
de Justicia de Cataluña en apoyo al imputado, y muy pronto condenado, Artur Mas
supone un golpe de fuerza de la falange racista catalana.
¿Hay razones para la ansiedad de los
españoles?
Si las hay no debería ser por la
supuesta dejadez de funciones del Gobierno.
Es obvio que la culpa de lo que ocurre
la tiene el actual Gabinete y todos los habidos desde que se promulgó la
vigente Constitución.
Pero también estoy seguro que el Estado
actuará para neutralizar a los facciosos por una cuestión de supervivencia.
Por tanto, el fin de la película no es
el problema, pues la derrota de los amotinados está más que cantada.
La única incógnita de la ecuación es
saber cómo se desarrollará la farsa.
Si su desenlace no admite dudas, los
intérpretes y el escenario tampoco.
Los protagonistas son los que nadie
esperaba, y sin embargo, sólo podían ser ellos, esto es, los exaltados.
Mas, aunque sus ínfulas de libertador lo
pretendan ocultar, es ya un juguete roto.
Después de las últimas elecciones
autonómicas donde la lista del hasta hace poco jefe Artur no obtuvo
mayoría absoluta, la opinión publicada se devanó los sesos pensando qué haría
para lograr el apoyo de las CUP a su investidura.
Luego de varios meses de comedia resulta obvio que las CUP se llevan
riendo de Mas y de su sustituto Puigdemont desde el primer día de la presente
legislatura, pues los antisistema jamás estuvieron dispuestos a delegar la
dirección del proceso en un Presidente de la Generalitat.
Esto nos da pie para introducir el
escenario.
La culminación de la farsa, una vez pisoteado
el espacio judicial, tendrá lugar en el Parlament convertido en un sóviet.
Su consigna es más antigua que el yo-yo: todo el poder para el sóviet.
Si contamos con los protagonistas (las
CUP y los palmeros de Junts pel Sí y Podemos), el escenario (el sóviet-Parlament)
y sabemos el desenlace (el fracaso del golpe de Estado), todo se reduce a lo siguiente:
cómo desactivar un sóviet en el s. XXI en un país de la Unión Europea.
Para ello conviene tener claro que el
objetivo aún inconfesado de las CUP no es la quimérica
independencia de Cataluña, sino convertir el Parlament en el Palacio de la
Moneda del Chile de Allende.
El director del montaje cifra su
victoria personal en el trágico martirologio de los suyos ("hostias que parirán terror", alcaldesa de Berga dixit), pobres diablos que no saben,
políticamente hablando, ni dónde tienen la mano derecha.
Pero la posibilidad de resucitar a
Salvador Allende en el Parlament de Cataluña más de cuarenta años después de su
muerte, resulta una oportunidad única de pasar a la Historia, convertida en historieta,
con otra gigantesca derrota que una célula fanática de izquierdas y sus
compañeros de viaje, no desaprovecharán.
Naturalmente los ocupantes no lo
desalojarán de forma voluntaria y cada día que estén dentro será un triunfo
para ellos.
Además, cuanto más tiempo dure la farsa
más apoyos exteriores recibirán.
Ya estoy viendo manifestaciones
convocadas en la capital del Reino, incluso en París y en Londres, en apoyo a
los amotinados en el Parlament.
Si en Moncloa residiese Putin, el hombre
que usa la fuerza como primer recurso, ni siquiera me habría molestado en
escribir el presente artículo.
Sin embargo, ¿está dispuesto Mariano
Rajoy a acabar con el sóviet en brevísimo plazo?, ¿tendrá el valor de sacar uno
a uno a los golpistas?, ¿asumirá la responsabilidad de romper la decoración del
sóviet-Parlament y que luego le denuncien los sediciosos y sus amigos en los
Tribunales españoles e internacionales?
Mientras los españoles viven en un ¡ay!
por si un pelotón enajenado rompe el país, al Presidente del Gobierno, que
conoce el final, sólo le preocupa una cosa: cómo vaciar el sóviet-Parlament.
Marx dejó dicho que la historia se
repite dos veces, la primera como tragedia, la segunda como farsa.
¡Quién nos iba a decir que tendríamos
que contemplar la farsa, la patética farsa de ver la reaparición de Salvador
Allende en Barcelona!
twitter: @elunicparaiso